Libros en cuarentena. Una reflexión de Javier García, Alcalde de Arnedo.

Libros en cuarentena. Una reflexión de Javier García, Alcalde de Arnedo.

L I B R O S   E N   C U A R E N T E N A

J a v i e r    G a r c í a    I b á ñ e z

Los libros no son montañas de letras apiladas. No son palabras encadenadas. Tampoco seres inertes que descansan en lugares habitados por polvo y soledad. Son submundos a los que viajar sin eliminar de tu cuerpo el batín de seda natural. Son espejos en los que reconocer experiencias reales que cobran magia al leerlas. Son cada uno de nosotros convertidos en personajes de ficción. Porque la ficción es la realidad narrada. Son, a la postre, cofres en prosa o verso, con forma de novela, ensayo, teatro o poesía. Templos de sabiduría. Armas de alfabetización masiva.

El otro día volví a la Biblioteca. En Arnedo. Refugio para el mestizaje literario. Antiguos, clásicos, modernos y contemporáneos. Todos habitan estantes sin clasificación social. Todos marcados con la fuerza del tejuelo y protegidos con polipropileno. Cuidados hasta el extremo a pesar de su procesión, como si de una advocación se tratara. A pesar de estar sujetos a un préstamo cuyo único interés consiste en recibir cultura. ¡Cultura! Esa vacuna que no termina de llegar. Remedio sin rival, pero con adversarios en forma de dogma y sectarismo.

Pareciera que los libros portan el remedio contra la enfermedad de la ignorancia. Siendo cierto, también pueden convertirse en portadores de la COVID. Y los bibliotecarios lo saben. Porque son sabios pacientes y silenciosos. Como los monjes que habitan muros que susurran sabiduría y contemplación. Libros que esperan su regreso al vecindario alojados en carros con forma de salita de espera en Urgencias. Dispuestos a recibir su PCR en forma de desinfección exhaustiva. Ejemplares que, al observarlos, decidí llamarlos “Libros en cuarentena”.

Es verdad que la quietud impuesta por el toque de queda es algo que ya experimentan los libros. En tiempos de pandemia y en tiempos de no pandemia. Por eso las bibliotecas son un dispensario de remedios. Lo enseñan sus libros de medicina, las enciclopedias científicas y los manuales de autoayuda. ¿Cuántas historias nos ayudan a curarnos? ¿Cuánto de remedio tienen los libros? ¿Cuánto de vacuna tiene la cultura frente a la enfermedad de la soledad y el encierro impuesto?

Reflexiono sobre la cantidad de historias, personajes, vivencias, conversaciones, enfermedades, secretos, desgracias y alegrías que se contienen en los libros y publicaciones que conviven en la biblioteca. Seres visibles pero quietos que contienen el privilegio de hacernos viajar sin emplear combustible. Sin colmar maletas. Sin pisar andenes. ¿Qué harán cuando habitan la noche?

¿Hablarán entre ellos? Estoy convencido de que los libros nos llevan ventaja en el arte de lo intergeneracional. Porque disponen del tiempo suficiente para que los clásicos relaten su prosa y su verso a los contemporáneos. Para que el teatro practique el parlamento con la poesía, y la novela con el ensayo. Ya es hora de abandonar el silencio. Me llevo conmigo tres novelas. Una de ellas, estaba en cuarentena. Para ella el estado de alarma se acaba. Salgo de viaje hacia mi estantería.